Lengua y Literatura

- El Inventario del Patrimonio Inmaterial supone un paso importante en el reconocimiento y salvaguardia de este conjunto de bienes culturales. Dados los primeros pasos, aún queda camino por recorrer, pues quién no cuida su memoria no tendrá paraíso al que volver.

Carlos MontesCarlos Montes.- El anuncio y posterior puesta en marcha de un proyecto de inventario del patrimonio inmaterial en la Reserva de los Ancares Leoneses, impulsado por el Instituto de Estudios Bercianos y cofinanciado por la Junta de Castilla y León, debe ser celebrado por variados motivos. En primer lugar por considerar que, un lugar tal especial como una Reserva de la Biosfera no podía vivir al margen de estas prácticas y saberes de la gente que habita y da forma a este territorio. Supone una novedad en la comarca del Bierzo, pero no en nuestro país. Ya en el año 2013 la Unesco otorgó un reconocimiento especial de buenas prácticas al proceso de inventariado del patrimonio inmaterial en reservas de la biosfera, en concreto a la experiencia del Montseny.

Indudablemente esto supone un paso más para que este conjunto de elementos que llamamos patrimonio inmaterial, casi recién llegados, se equipare a otros que conforman patrimonios dignos de interés y conservación plenamente consolidados. Nadie pone en duda la necesidad de cuidar el patrimonio natural o nuestro extenso conjunto de bienes muebles, o incluso conservar y restaurar la cantidad ingente de elementos industriales que han conformado nuestro pasado más cercano. Lo excepcional de su condición o su pasado legitimaban su valor social y cultural.

En cambio las prácticas cotidianas de gente aparentemente corriente en entornos alejados del bullicio no había merecido demasiada atención. Invisibilizadas en muchos casos y menospreciadas en otros, estas formas de vida, saberes, de modos de hacer, de conocimientos populares siempre estaban ahí, pasando de generación en generación de forma silenciosa como eslabones de una cadena firme y resistente sin despertar demasiado la atención más allá de los festivales folclóricos. Nuestro ensombrecimiento contrasta con otros entornos geográficos bien cercanos. El interés por estas prácticas en otras comunidades autónomas viene de lejos, ya tienen sus inventarios y sus políticas de protección y salvaguarda. Lo mismo cabe señalar de otros países con los que compartimos pasado, lengua y vínculos emocionales.

El tiempo apremia, pues la despoblación y la falta de relevo generacional han transformado la cadena de transmisión. Los procesos migratorios han modificado de forma sustantiva esta natural fluir de generación en generación y corremos el riesgo de fracturar la memoria y hacerla con ello desaparecer. Por esto debemos también celebrar, en segundo término, que las instituciones públicas asuman su responsabilidad en estas circunstancias y velen por la salvaguardia de esta memoria que corre el peligro de caer en el olvido. El Instituto de Estudios Bercianos, en colaboración con la UNED a través de la Cátedra de territorios sostenibles y la Reserva de la Biosfera de los Ancares Leoneses, ha aceptado el reto y de forma colaborativa han iniciado el proceso de inventario para su posterior salvaguarda. ¡Qué sea el inicio de un largo y fructífero recorrido! Ahora bien, ¿qué hace especial a ese conjunto de expresiones, saberes o técnicas frente a otras formas patrimoniales?

Tal vez el rasgo más llamativo es su condición de ser una práctica viva, es un patrimonio del presente, de ahora, de este año y de cada año. Pero a la vez en estas fiestas, romerías, danzas o prácticas artesanales de cada año está nuestro pasado, el que nos vincula con lo que hemos sido, con lo que hacían nuestras abuelas y sus abuelas, y con lo que sabían nuestros abuelos y sus abuelos. El valor radica en esta posibilidad de recrear nuestra memoria en cada celebración, en cada fiesta, en cada canción colectivamente danzada. Pero aún hay más, memoria y presente se ofrecen con perspectiva de continuidad, de futuro. Presente, pasado y futuro aparecen colectivamente imbricados. Estas prácticas compartidas unen a las distintas generaciones con vínculos fuertemente emocionales y dan forma a nuestra memoria en común. El patrimonio inmaterial en muchas de sus manifestaciones despierta emociones: reímos y lloramos juntos, cantamos y bailamos juntos, bebemos y nos disfrazamos juntos, en definitiva que participando reforzamos los vínculos sociales y recreamos y hacemos más fuertes los valores colectivos de los que estamos muy necesitados.

En estas prácticas hay quien participa desde niño sin faltar cada año y quien ha bailado a la Virgen por primera vez siendo ya mayor. Hay alguien que participa por primera vez, alguien que se incorpora siendo de fuera y alguien que llora en recuerdo de los que bailaban y ya no están. El patrimonio inmaterial eriza la piel, deslumbra en muchos casos por su valor estético y sensorial, conmueve y afecta a las emociones primordiales, sorprende con la resolución imaginada de problemas cotidianos y provoca orgullo y arraigo social. Y además de todo esto, despierta el interés y supone, tanto para el que participa activamente, como para el que lo observa y disfruta, una inolvidable experiencia. Estos rasgos lo convierten también en un recurso que congrega, en algunos casos, a miles de participantes y visitantes alternando de una forma sustantiva la cotidianidad y recreando el tiempo festivo.

Por tanto memoria, identidad y recurso han de convivir amablemente teniendo en cuenta la enorme fragilidad de este patrimonio vivo. Si supone un importante paso la puesta en marcha del inventario y la posterior salvaguarda, la gestión del recurso patrimonial es todo un reto. Pues, ¿a quién pertenece este patrimonio? ¿A quién lo mantiene vivo? ¿A quién lo documenta? ¿A quién lo financia? ¿A quién lo protege? ¿A quién lo disfruta y lo observa? ¿O a la humanidad entera, tal y como lo categoriza la Unesco? Y, ¿quién debe de gestionarlo?

Las posibilidades del patrimonio inmaterial como un recurso que promueve beneficios económicos y de visibilidad para las comunidades portadoras de estas prácticas obligan a refinar las respuestas a estas preguntas. Nada debería de hacerse sin contar expresamente con quien ha mantenido vivo y transmitido este bien, esto es esencial. Deberían estar en el centro de las decisiones sobre la gestión, apoyados por un benefactor marco institucional y acompañados de forma amable por expertos que contribuyan con su experiencia, prudencia y buen hacer a la continuidad de esta memoria colectiva lejos de exotismos y fosilizaciones caducas. Dados los primeros pasos, aún queda camino por recorrer, pues quién no cuida su memoria no tendrá paraíso al que volver.

Carlos Montes Pérez es Catedrático de Enseñanza Secundaria y profesor de Antropología social en la Universidad de Salamanca

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